‘Ecclesia reformata semper reformanda est secundum verbum Dei’.
LA BIBLIA
La Biblia es la Palabra de Dios, inerrante e infalible.
1-
La Palabra de Dios es la autoridad que regula las acciones y testimonio en la iglesia
2- Nos entrega un testimonio fiel de la revelación y redención salvadora de Dios por medio de Cristo
3-
A través de ellas habla el infalible Espíritu de
Dios por quien fueron dadas
Desechamos cualquier afirmación de cualquier hombre contradiciendo lo ya expresado en las Escrituras, es decir; nuevas revelaciones que por imaginar que ha encontrado en el estudio de los idiomas originales verdades ocultas.
Dicha pretensión tiene su origen en diversos errores en el carácter del ser humano, así como en la influencia de espíritus engañadores (1 Timoteo 4:1). Y poniendo así la autoridad que determina qué es Verdad absoluta y qué no, en una interpretación privada de un hombre (2 Pedro 1:19-21) que no forma parte de aquel grupo único e irrepetible de apóstoles a los que Jesús les encargó “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3).
Sostenemos ante esto que la Iglesia debe desechar las
declaraciones del hombre y, en cambio, creer, enseñar y defender lo que la
Palabra de Dios manifiesta con claridad.
2 Pedro 1:20, 21; 2 Timoteo 3:15-17; Mateo 5:18; 1 Timoteo
3:15.
DIOS
No hay sino un solo Dios, el único viviente y verdadero.
Él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas.
Perfecto, Infinito y Trascendente en todos sus atributos,
cuyo conocimiento significa “la inteligencia” (Proverbios 9:10), “vida eterna”
(Juan 17:3) y la más “hermosa heredad” (Salmo 16:5,6).
En la unidad de la Divinidad hay tres personas de una
sustancia, poder y eternidad; Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Y aunque la palabra “trinidad” no la encontramos exactamente
en la Biblia, sí 1 Juan 5:7 nos enseña claramente: “estos tres son uno”.
Juan 5:26; Romanos 11:36; Lucas 3:21,22; 2 Corintios 13;14.
LA CAÍDA DEL HOMBRE
Adán y Eva seducidos por Satanás, desobedecieron a Dios. Por este pecado cayeron de su rectitud original y quedaron muertos en el pecado, totalmente corrompidos, y “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Siendo ellos el tronco de la raza humana, “la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12) y la naturaleza totalmente
corrompida se transmitió y “reinó la muerte” (Romanos 5:17).
Génesis 3; Romanos 3:10-18; 23; Efesios 2:1-3; 12; Romanos
5:6-8.
CRISTO Y SU OBRA
El Hijo de Dios, la segunda persona de la “Trinidad”, siendo verdadero y eterno Dios, habiendo llegado la plenitud del tiempo, tomó sobre sí la naturaleza humana con todas sus propiedades esenciales y con sus debilidades comunes, mas sin pecado. Fue concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de ella. Así que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas, la divina y humana, se unieron en una persona.
Murió en una cruz, resucitó y ascendió vivo a los
cielos.
1 Juan 5:20; Hebreos 2:14-18; Hebreos 4:15; Lucas 1:26-38;
Colosenses 2:9; Romanos 9:5; 1 Timoteo 3:16; 1 Pedro 3:18; Hechos 1:9.
EL ESPÍRITU SANTO Y SU OBRA
El Espíritu Santo es la tercera persona de la “Trinidad”.
EL es quien convence de pecado, de justicia y juicio, el
agente sobrenatural en la regeneración y quién da poder para ser testigos efectivos
de Jesús.
El es la fuerza diaria de la Iglesia aquí en la tierra.
El Espíritu Santo es quien “enseña todas las cosas” (Juan
14:26) y nos “guía a toda la verdad” (Juan 16:13). El “todo lo escudriña, aun
lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10) y nos hace saber “lo que Dios nos ha
concedido” (1 Corintios 2:12).
El Espíritu Santo “alumbra los ojos de nuestro
entendimiento, para que (sepamos) cual es la esperanza a que él nos ha llamado
y cuales las riquezas de la gloria de la herencia en los santos, y cual la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros” (Efesios 1:15-23). El es
quien nos fortalece “en el hombre interior” (Efesios 3:16).
La llenura del Espíritu Santo es determinante en la vida
diaria y en el servicio que un creyente genuino le rinde a Dios.
Wayne Grudem lo explica fehacientemente al declarar: “Estar
Ileno con el Espíritu Santo es estar Ileno de la presencia inmediata de Dios mismo, y eso, por tanto, resultará en sentir lo que Dios siente,
desear lo que Dios desea, hacer lo que Dios quiere, hablar con poder de
Dios, orar y ministrar en el poder de Dios, y conocer con el conocimiento que
Dios mismo da” (“Teología Sistemática”. Pág. 682).
Juan 16:8-11; Romanos 8:5-16; Tito 3:5; Efesios 5:18; Hechos 1:8; Hechos 9:31; Efesios 3:14-21; Colosenses 1:9-14; 2 Timoteo 1:6-8; 1 Pedro 4:11
EL CRISTIANO
Al nacer de nuevo, los creyentes son “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
Por esto, el cristiano “resplandece como luminares en el
mundo” (Filipenses 2:15), y su luz alumbra delante de los hombres para que Dios
sea glorificado.
Jesús no dijo que sus discípulos serían reconocidos
solamente por estar de acuerdo con las doctrinas correctas sino por su conducta
(Juan 13:35) “en medio de una generación maligna y perversa” (Filipenses 2:15).
Mucha gente dice ser cristiana basada en que asiste a una congregación, en alguna clase de oración que repitió o que dice creer en Dios.
Pero el cristianismo genuino no es algo invisible. La fe
verdadera puede verse.
A un cristiano ineludiblemente se lo reconoce por el fruto
visible de la obra de Dios en él.
Una persona que continúa practicando el pecado NO es
cristiana (1 Juan 3:8,9), sino que sigue en sus delitos y pecados.
El cristiano es un discípulo de Cristo (Hechos 11:26) que
busca cada día poner en práctica las palabras de su Maestro que dijo:
“Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo posee, no puede ser mi
discípulo” (Lucas 14:33). Esto NO significa que todo cristiano debe renunciar a
su empleo o estudios. Esto se refiere más bien a que todo discípulo de Cristo
debe estimar a Dios por encima de todo en TODO lo que hace, sea su empleo, sus
estudios, sus posesiones materiales o cualquier otra cosa de este mundo, y que
debe usar todo lo que tiene y todo lo que es como un medio para servir a su
Señor. Porque Cristo “por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para
sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15).
Tito 1:16; Santiago 2:17-26; Filipenses 2:15; Mateo 5:14-16;
Juan 13:15; 1 Juan 4:7,8
EL PECADOR PERDIDO
El hombre, sin Dios, es un pecador perdido. Lleno de
impiedad, deseos por la inmoralidad e incapaz de cambiar.
Puede hacer cosas buenas, como ayudar a alguien, pero, detrás
de esas “buenas acciones” hay egoísmo, orgullo, vanidad, pecado. A la par que
el hombre natural hace algo “bueno” (bondad aparente), cae en otros errores más
visibles.
La Palabra de Dios describe al hombre, entre otras cosas,
como “injusto, inútil, engañoso, asesino, insensato, rebelde, extraviado,
esclavo de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecible, muerto en delitos y pecados, débil, impío, pecador, enemigo de
Dios” (Romanos 3:9-18; Tito 3:3; Efesios 2:1; Romanos 5:6-10), por lo que éste
se encuentra incapacitado por sí mismo de hacer el bien (Romanos 3:12), buscar
a Dios (Romanos 3:11) y elegir seguirlo (Juan 6:44).
El ser humano, luego de la caída, quedó “siguiendo la
corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire... en los
deseos de (su) carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos”
(Efesios 2:2,3) de modo que solo puede elegir entre un mal u otro mal, pero
nunca un bien efectuado por amor a Dios, ni un bien que tenga mérito delante de
los ojos de Dios.
Génesis 2:16-3:6; Génesis 6:5; Eclesiastés 7:29; Jeremías
17:9; Isaías 64:6; Romanos 8:7,8
ABORRECIMIENTO, JUICIO E INFIERNO
Dios aborrece el pecado, por lo que todo pecador que no se
arrepiente y cree en Jesucristo será juzgado y enviado al infierno por la
eternidad.
Dios no es un juez injusto para “tener por inocente al
culpable” (Nahúm 1:3). El infierno es real y se trata de un castigo eterno y no
de una destrucción del cuerpo como enseñan los Testigos de Jehová, y la vida
del pecador siempre está pronta a caer en él.
Salmos 101:3; Romanos 1:18; Hebreos 12:29; Hebreos 9:27;
Romanos 2:5-11; Mateo 25:46; Apocalipsis 20:11-15.
ELECCIÓN Y PREDESTINACIÓN
A aquellos a quienes Dios, “en amor (ha) predestinado para ser adoptados hijos suyos” (Efesios 1:5), y a ellos solamente, en su tiempo señalado y aceptado (Efesios 1:9), los llama eficazmente por Su Palabra y Espíritu, sacándolos del estado de pecado y muerte en que se hallaban por naturaleza, para darles vida y salvación por Jesucristo. Dios hace esto iluminando espiritualmente el entendimiento de sus elegidos (2 Corintios 4:6), a fin de que comprendan “las cosas de Dios” (1 Corintios 2:11-14); quitándoles el corazón de piedra y dándoles uno de carne, (Ezequiel 36:26,27), renovando sus voluntades y por su poder soberano determinándoles a hacer aquello que es bueno (Filipenses 2:13), y llevándoles eficazmente a Jesucristo (Juan 6:44; 10:26-28); de tal manera que ellos vienen con absoluta libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de hacerlo.
Louis Berkhof explicó: “No significa que el hombre no pueda
oponerse a su ejecución, hasta cierto grado, antes bien, significa que la
oposición del hombre no prevalecerá. Tampoco significa que Dios en la ejecución
de su decreto aniquile la voluntad del hombre en una forma inconsistente con la
libre agencia humana. Sin embargo, significa, que Dios puede, y ejercita una
influencia tal sobre el espíritu del hombre como para hacerlo que quiera”
(“Teología sistemática”. Pág. 128).
Romanos 8:30; 11:7; Efesios 1:10,11; 2 Tesalonicenses
2:13,14; Efesios 2:16; Hechos 26:18; Efesios 1:17,18; Deuteronomio 30:6
Ezequiel 11:19; Efesios 1:19; Salmo 110:3
ARREPENTIMIENTO Y FE
Solo mediante el auténtico arrepentimiento de sus pecados y
una genuina fe en Jesús y su obra en la cruz del Calvario el ser humano recibe
salvación y pasa de muerte a vida.
El genuino arrepentimiento y fe no es un simple
remordimiento como en el caso de Judas.
Es un antes y un después que produce sin excepción una vida
de buenas obras (Efesios 2:10).
No nos salvamos por obras pero sí para obras.
Una fe sin obras está muerta; no es ésta una fe verdadera.
“En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1
Juan 2:3).
Hechos 17:30; Marcos 1:15; Hechos 20:21; Lucas 24:47; Hechos
10:43; Romanos 5:1; Mateo 27:3-10; Efesios 2:8,9; Mateo 5:16; Mateo 25:31-46;
Santiago 2:14-26.
NUEVO NACIMIENTO
Al creer en Jesús como nuestro sustituto delante del Padre,
hemos muerto y resucitado juntamente con él a una nueva vida. Experimentamos un
nuevo nacimiento, una nueva creación espiritual ocurre en nuestro ser interior.
Sin esta regeneración es imposible ser cristiano. Es este milagro del nuevo
nacimiento, y solo este milagro, lo que permite al creyente vivir una vida
realmente diferente.
Sin la regeneración, el supuesto cristianismo de algunas
personas solo se trata de la aceptación de una religión muerta.
Este nuevo nacimiento es visible. No se trata de algo oculto
en el corazón. Sucede en el interior de la persona pero pronto se manifiesta en
su manera de vivir. Hay un cambio.
El Espíritu Santo “penetra también hasta las partes más
íntimas del hombre con la acción poderosa de este mismo Espíritu regenerador;
EL abre el corazón que está cerrado; ÉL quebranta lo que es duro; ÉL circuncida
lo que es incircunciso; ÉL infunde en la voluntad propiedades nuevas, y hace
que esa voluntad, que estaba muerta, reviva; que era mala, se haga buena; que
no quería, ahora quiera realmente; que era rebelde, se haga obediente; ÉL mueve
y fortalece de tal manera esa voluntad para que pueda, cual árbol bueno, llevar
frutos de buenas obras” (“Cánones de Dort” - Cap. 3, XI).
Si la persona verdaderamente ha nacido de nuevo se ve
claramente el fruto, si no se ve, su conversión ha sido superficial y por lo
tanto aún debe arrepentirse genuinamente y, humillado, acogerse a la obra de
Jesús en la cruz.
Colosenses 2:13; Efesios 2:5,6; Juan 3:3-8; Efesios 2:10; 2
Corintios 5:17; 2 Pedro 1:4; Mateo 5:14-16; Mateo 7:21-23; 1 Juan 3:9,10.
DEPENDENCIA ABSOLUTA
Una vez nacido de nuevo, el cristiano debe vivir su vida en
total dependencia de Dios, alimentarse de Su Palabra, fortalecerse en la
oración y la adoración, y confiar solo en las fuerzas del Señor en él (Efesios
6:10).
El cristiano nunca debe considerarse a sí mismo lo
suficientemente maduro o fuerte como para no necesitar la obra de la cruz en su
vida o para no depender totalmente de Dios y de Su ayuda diaria a la que
acudimos con confianza ante el trono de Su gracia. A cada momento, el hijo de
Dios, necesita a su Dios.
Juan 15:4,5; Gálatas 5:16,17; Romanos 8:12,13; Hebreos 4:16;
Romanos 13:14; Salmo 1:1-3
SEGURIDAD DE SALVACIÓN
Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el Amado (Efesios
1:6), y ha llamado eficazmente y santificado por Su Espíritu, y a quienes ha
dado la preciosa fe de sus elegidos, siendo la fe “un don de Dios” (Efesios
2:8), un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22), no pueden caer ni total ni
definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente perseverarán en
Cristo hasta el fin, y serán salvos por toda la eternidad. Dios continúa
engendrando y nutriendo en ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo,
la esperanza y todas las virtudes del Espíritu para inmortalidad (1
Tesalonicenses 5:23,24); y aunque pueden atravesar “tribulación, angustia,
persecución, hambre, desnudez, peligro o espada” (Romanos 8:35) “no perecerán
jamás, ni nadie (los) arrebatará de (la) mano (del Padre)” (Juan 10:28).
Ellos son “guardados por el poder de Dios mediante la fe,
para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero” (1 Pedro 1:5).
Los “escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo”
(Efesios 1:4), a los que Dios determinó salvar soberanamente, llegarán
seguramente a “la redención de la posesión adquirida” (Efesios 1:14).
El Dios que se nos revela a través de las Escrituras es el
“Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25) que dice "haré todo lo que
quiero" (Isaías 46:10). El “Solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de
señores” (1 Timoteo 6:15) que “hace todas las cosas según el designio de su
voluntad” (Efesios 1:11).
El ha determinado “purificar para sí un pueblo propio” (Tito 2:14) y preservarlos hasta el fin.
Esta doctrina no tiene relación alguna con la falsa
enseñanza comúnmente llamada “salvo siempre salvo”, que propone erróneamente
que la persona, por la simple aceptación de alguna doctrina correcta en algún
momento de su vida, es salva sin importar su conducta y nunca perderá la
salvación.
A este respecto afirmamos junto a Charles
Spurgeon: “Nosotros detestamos la doctrina que establece que un hombre que
alguna vez creyó en Jesús será salvo a pesar de haber abandonado el sendero de
la obediencia. Nosotros negamos que tal desviación sea posible para el
verdadero creyente, y por lo tanto la idea que nos ha imputado nuestro
adversario es claramente una invención. No, amados hermanos, un hombre, si es
verdaderamente un creyente en Cristo, no vivirá según la voluntad de la carne.
Cuando en efecto cae en pecado, sentirá dolor y miseria, y no descansará nunca
hasta que es lavado de la culpa” (Sermón “La perseverancia final de los
santos”).
Filipenses 1:6; 2 Timoteo 2:19; 2 Pedro 1:5-10; 1 Juan 2:19; Salmo 89:31,32; 1 Corintios 11:32; 2 Timoteo 4:7; Salmo 102:27; Malaquías 3:6; Efesios 1:14; 1 Pedro 1:5; Apocalipsis 13:8; Filipenses 2:12,13; Romanos 9:16; Juan 6:37,44; Mateo 24:22,24,31; Romanos 8:30; 9:11,16; 11:2,29; Efesios 1:5-11; Efesios 1:4; Romanos 5:9,10; 8:31-34; 2 Corintios 5:14; Romanos 8:35-38; 1 Corintios 1:8,9; Juan 14:19; 10:28,29 4. Hebreos 6:1-20, 1 Juan 2:19,20,27; 3:9; 5:4,18; Efesios 1:13; 4:30; 2 Corintios 1:22; 5:5; Efesios 1:14; Jeremías 31:33,34; 32:40; Hebreos 10:11-18; 13:20,21
En cuanto a aquellas personas que llegan a congregarse pero
luego se apartan irremediablemente, como escribió Juan Calvino, creemos que
“aunque no son iluminados con la fe, ni sienten de veras la virtud y eficacia
del Evangelio como los que están predestinados a conseguir la salvación... a
veces (algunos) se sienten tocados por un sentimiento semejante al de los
elegidos, a tal punto que en su opinión no difieren gran cosa de los creyentes.
Por ello dice Hebreos 6:4 que ‘una vez gustaron del don celestial’; y afirma
Jesucristo que ‘tuvieron fe por algún tiempo’ (Lucas 8,13). No que comprendan
sólidamente la fuerza de la gracia espiritual, ni que reciban de verdad la
iluminación de la fe; sino que el Señor, para mantenerlos más
convencidos y hacerlos más inexcusables, se insinúa en sus
entendimientos...
No niego que Dios ilumine su entendimiento hasta el punto de
hacerles conocer la gracia; sin embargo distingue este sentimiento que les da
del testimonio que imprime en el corazón de los fieles, de tal manera que
aquellos nunca llegan a disfrutar de la firmeza y verdadera eficacia
de que éstos gozan” (“Institución de la Religión Cristiana”. Pág. 415,
416).
Mateo 7:21-23; 1 Juan 2:19; Marcos 4:1-20; Mateo 25
LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO
Aunque “los que creen son todos aquellos que están ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48), y el número no puede ser aumentado o disminuido por voluntad humana, Dios, en su Soberanía, determinó que sus escogidos fueran salvos a través de la predicación del evangelio (Romanos 1:16; 1 Corintios 1:18), por lo cual la Iglesia debe cumplir el mandato de la predicación de las buenas nuevas de salvación (Marcos 16:15).
Pablo escribió: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual
no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quién no han oído?” (Romanos 10:14).
Al ser expuesto el evangelio delante del inconverso, es Dios
quien abre el corazón de los que han de ser salvos para que estén atentos a la
predicación (Hechos 16:14), dándoles arrepentimiento para vida (Hechos 11:18; 2
Timoteo 2:25), y trayéndolos a Cristo (Juan 6:64,65; Mateo 11:25).
LA GRAN META DEL CRISTIANO
- Glorificar a Dios con todo su ser cada momento de su vida
(1 Corintios 10:31)
- Vivir para el día en que será glorificado juntamente con
Cristo y se deleitará en Dios por siempre (2 Tesalonicenses 1:10-12)
Las metas del cristiano son clara y definidamente diferentes a las de cualquier persona de este mundo. Éste no busca fama, riquezas, aplausos, placeres ni comodidad.
A todo esto lo llama “los deseos de la carne, los deseos de
los ojos y la vanagloria de la vida” los cuales no provienen de Dios, sino del
mundo.
Como muy bien dijo George Müller: “El mal comienza cuando el
siervo procura tener riqueza, grandeza y honra en este mundo donde su
Señor fue pobre, humilde y despreciado”.
Romanos 11:36; Salmo 73:24-26; 1 Corintios 6:20; Mateo
25:21; Salmo 16:5,6; Filipenses 1:21-24; Colosenses 3:1-3; Mateo 6:24; Mateo
6:31-33; 1 Juan 2:15-17; Isaías 43:7; Salmo 37:4
LA IGLESIA
La palabra “Iglesia” proviene del griego “ekklesia”, y se puede traducir como “llamados a salir”.
Esto hace referencia a las palabras de Jesús: “no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo” (Juan 15:19).
De tal manera, la Iglesia no se trata de un lugar físico o
edificio, sino del conjunto de verdaderos hijos de Dios que han salido del
mundo, han nacido de nuevo y viven para su Señor.
Ellos son “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9). Y tienen un propósito final
específico: “anunciar las virtudes” de Dios (1 Pedro 2:9), ser “hijos suyos”
(Efesios 1:5) “para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6).
La Iglesia es el cuerpo de Cristo, y la cabeza de ese cuerpo
es Cristo mismo, no un hombre.
Juan 1:12,13; Juan 8:31; Juan 3:3; Efesios 1:22,23; Efesios
5:23; Colosenses 1:18.
El Bautismo en Agua por inmersión en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo y la Cena del Señor fueron instituidos por el
Señor mismo y son “signos de las cosas santas” (“Confesión de los Valdenses de
1120”. Punto 12).
Para que los participantes reciban dignamente la Cena del
Señor, es necesario que hagan un examen del conocimiento que tienen para
discernir el cuerpo del Señor; de su fe; de su arrepentimiento, de su amor y su
nueva obediencia; no sea que, recibiendo indignamente la ordenanza, coman y
beban su propia condenación (I Corintios 11:27-32; Romanos 6:17,18).
Mateo 28:19; Marcos 16:16; Hechos 2:38; Lucas 14:14-20
LA IGLESIA Y EL DINERO
Es una consecuencia normal e ineludible que el cristiano que ama la obra de Dios y a sus hermanos, dé voluntariamente, según su propio corazón, de su dinero.
Si una persona no usa su dinero para servir a Dios, lo cual
es lo mínimo, ¿cómo podrá hacerlo con el resto de su vida? (Lucas 16:1-13).
Es altamente reprobable delante de Dios que alguien utilice
esto para su propio enriquecimiento o mal uso.
El dinero que la Iglesia reúne debe usarse fielmente para
los gastos generales, el sustento de los pastores que trabajan de tiempo
completo en la obra de Dios (1 Timoteo 5:17,18; Gálatas 6:6; 1 Corintios
9:6-14), el sostenimiento de viudas carecientes no menores de 60 años (1
Timoteo 5:3-16), para “hacer bien” a la “familia de la fe” que esté atravesando
necesidades (Gálatas 6:10) y para apoyar materialmente al trabajo misionero
(Filipenses 4:10-20).
2 Corintios 9:7; 1 Pedro 5:2; Tito 1: 7; 2 Corintios
11:13-15; Hechos 4:34, 35; 1 Juan 3:16-18
LA IGLESIA Y EL MUNDO
Cuando una persona es trasladada de las tinieblas a la luz (Hechos 26:18) cambia toda su manera de pensar y vivir.
Esta ha “renunciado a la impiedad y a los deseos mundanos” y
comienza a “vivir sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
Al creer que ha sido llamado a salir de este mundo (Juan
15:19), el cristiano decide obedecer el mandato bíblico: “Salid de en medio de
ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2
Corintios 6:17).
El hijo de Dios debe “guardarse sin mancha del mundo”
(Santiago 1:27) para “agradar a Dios” (1 Tesalonicenses 4:1) y para mostrar con
nuestra honradez e integridad que lo que alguien pueda murmurar como si fuéramos
“malhechores”, quede demostrado por nuestra “buena conducta en Cristo”, que es
mentira (1 Pedro 3:16).
1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 2:15-17; 2 Corintios 6:14-7:1,
Santiago 4:4; Efesios 5:1-12
LA IGLESIA Y SU LIDERAZGO
La Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en quien, por el designio del Padre, todo el poder requerido para el llamamiento, el establecimiento, el orden o el gobierno de la Iglesia, está suprema y soberanamente investido (Colosenses 1:15-18; Efesios 1:22).
En el ejercicio de este poder que le ha sido confiado, el
Señor Jesús, a través del ministerio de su Palabra y por su Espíritu, llama a
sí mismo del mundo a aquellos que le han sido dados por su Padre para que anden
delante de El en todos los caminos de la obediencia que ÉL les prescribe en Su
Palabra.
A los así llamados, ÉL les ordena andar “solícitos en
guardar la unidad” (Efesios 4:1-6) en congregaciones concretas (Hebreos 10:25)
para su “perfeccionamiento para la obra del ministerio”, su “edificación”
(Efesios 4:12), incrementar en ellos madurez en conformidad a la persona de
Cristo (Efesios 4:13-15), “corrección” (2 Tesalonicenses 3:14,15),
“estimularlos al amor y las buenas obras” (Hebreos 10:24,25), “comunión
unos con otros” (Hechos 2:42), cumplir las ordenanzas del bautismo (Mateo
28:19) y la celebración de la “cena del Señor” (1 Corintios 11:23,24) y, de
forma primordial, glorificar a Dios (1 Pedro 4:10,11; Efesios 3:21).
Para esto, el Señor, conforme a su mente declarada en su Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en cualquier sentido necesarios para llevar a cabo la administración y gobierno de la misma (1 Timoteo 5:17; Hechos 20:28), incluida la disciplina de sus miembros (1 Pedro 4:10; Mateo 18:17-20; 1 Corintios 5; 2 Corintios 2:6-8)
Una iglesia local, reunida y completamente organizada de
acuerdo a la mente de Cristo, está dirigida por un grupo de pastores ayudados
en su tarea por diáconos (Filipenses 1:1; 1 Timoteo 3:1-13; Hechos 20:17-28;
Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-4).
Estos ministros son llamados primeramente por Dios (1
Timoteo 1:12; 1 Corintios 12:18), y luego confirmados por la Iglesia a través
del “presbiterio” (liderazgo) de la misma con oración e imposición de manos
(Hechos 13:1-3; 1 Timoteo 4:14; Hechos 14:21-23; Tito 1:5; 1 Timoteo 5:22).
Todos los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales, cuando y donde tengan la oportunidad de hacerlo, y “obedecer y sujetarse” al liderazgo de las mismas (Hebreos 13:17), “considerando su conducta, imitar su fe” (Hebreos 13:7), ya que ellos “presiden en el Señor” (1 Tesalonicenses 5:12) y deben ejercer la autoridad que Dios les ha conferido (Tito 2:15; 1 Timoteo 4:11).
Esta autoridad debe estar de acuerdo por completo con el
“fundamento” puesto por los apóstoles del primer siglo (1 Corintios 3:10),
denominado “la doctrina de los apóstoles” en Hechos 2:42, cuya revelación fue
expuesta y concluida en el Nuevo Testamento, ya que el pastor no tiene potestad
de poner “otro fundamento” (1 Corintios 3:11), sino que su tarea es la de
“edificar encima” (1 Corintios 3:10), siendo “retenedor de la palabra fiel tal
como ha sido enseñada” (Tito 1:9).
La Iglesia local, libre de cualquier autoridad o control externo, tiene el derecho de autogobernarse. Aunque esto no la priva de la posibilidad de consejo, rendición de cuentas, comunión y cooperación en la obra, con otras congregaciones.
EL OBRERO CRISTIANO
El pastor debe ser “irreprensible, marido de una sola mujer (con claro testimonio de haberse guardado, en su vida en Cristo, de adulterio y fornicación), sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará la Iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:2-7).
Los diáconos de la Iglesia (aquellos hermanos separados para
la ayuda al trabajo pastoral) “asimismo deben ser honestos, sin doblez, no
dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el
misterio de la fe con limpia conciencia...
Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino
sobrias, fieles en todo” (1 Timoteo 3:8-11)
También deben ser “de buen testimonio, llenos del Espíritu
Santo y de sabiduría” (Hechos 6:3).
Mateo 4:18-22; Mateo 9:9; Tito 1:5-9, Tito 2:1-5; 1 Pedro
5:1--4; 1 Timoteo 4:12; 2 Timoteo 2:20,21; Hechos 20:28
FALSAS DOCTRINAS
Consideramos clara y firmemente que “la Iglesia del Dios viviente (es) columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Por lo tanto debe estudiar concienzudamente la verdad escritural para conocer a Dios, para saber cómo debe vivir ante EL, para no ser como “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14), y para “contender ardientemente por la fe” (Judas 3).
Conforme a esto, desechamos por completo doctrinas actuales que enseñan a:
- “pactar con Dios” (Hechos 8:18-24),
- “decretar” (Eclesiastés 5:1,2),
- “confesar positivamente” (Juan 16:33),
- la supuesta necesidad de fomentar la autoestima, o centralidad en el hombre (Romanos 3:9-18; Tito 3:3; Santiago 4:6),
- la doctrina de la prosperidad (1 Timoteo 6:3-11),
- considerar que un cristiano no puede enfermar (1 Timoteo 5:23; 2 Corintios 12:7-10),
- la mercadería de la fe (2 Pedro 2:1-3),
- el ecumenismo (1 Corintios 5:9-11; 1 Timoteo 1:19,20; Tito 3:9-11; 2 Juan 1:7-11)...
- El movimiento de supuestos apóstoles modernos. Teniendo la certeza que los apóstoles con derecho autoritativo dado por Jesús mismo cesaron con Pablo (1 Corintios 15:3-8), y que hoy quedan solamente misioneros enviados (palabra derivada del griego “apóstolos”) por la Iglesia (Efesios 4:11; Hechos 15:27-33), y no por Jesucristo en persona (como en el caso de los apóstoles del primer siglo) (Gálatas 1:1, 11, 12; 1 Corintios 9:1).
- El libertinaje dentro de algunas congregaciones disfrazado de “gracia” (Judas 3,4)
- Otras doctrinas y filosofías humanistas que, por tratarse de materia extensa no pueden ser reflejadas aquí en su totalidad
TIEMPOS FINALES
La Biblia habla claramente que el último imperio humano sobre la tierra estará compuesto por la alianza de muchos países y tendrá un solo gobernante, llamado por la Palabra, "el anticristo".
Las propias Escrituras anuncian, sin embargo, que ese
gobierno mundial será interrumpido por la Segunda Venida de Jesús.
Mas lo que depara a todo aquel que rechazó su oportunidad de
reconciliarse con Dios por medio de Jesucristo es el juicio final, donde serán
condenados al infierno eterno.
“Los justos entrarán a la vida eterna y recibirán la
plenitud de gozo y refrigerio que vendrá de la presencia del Señor; pero los
malvados que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio de Jesucristo, serán
arrojados al tormento eterno y castigados con perdición perpetua, lejos de la presencia
del Señor y de la gloria de su poder”
(“Confesión de Fe de Westminster”. Punto 33. II)
Daniel 7:19-27; Daniel 2:40-45; Apocalipsis 13; Apocalipsis
17:7-13; 2 Tesalonicenses 2:3-9; Mateo 24:1-35; Apocalipsis 19:6-8;
Apocalipsis 20:11-15; Mateo 25:31-46; Romanos 2:5,6; 9:22,23; Hechos 3:19; 2
Tesalonicenses 1:7-10
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